Escritoras como Rosario Castellanos, Enriqueta Ochoa y Dolores Castro, se caracterizaron por el manejo de un yo poético, usando así la literatura como parte de su rebelión.
El lenguaje como el universo, es un mundo de llamadas y respuestas, así como de unión y separación. Es actitud espontánea y original del ser humano, mediante el cual se proyecta una imagen, este puente que tiende el deseo entre el hombre y la realidad, que permite un continuo renacer y morir.
En ese sentido, el dinamismo del lenguaje lleva al escritor a crear su universo verbal utilizando las fuerzas de atracción y repulsión: poesía contemporánea, que se mueve entre dos polos. Por una parte, es una profunda afirmación de los valores mágicos; por la otra, es una vocación revolucionaria. Las dos direcciones expresan la rebelión del hombre contra su propia condición: cambiar al hombre.
Por medio de la literatura, la habilidad de la expresión escrita o hablada, los cambios en la conducta social han pasado de latentes a manifiestos y con ello, en la manera de comunicarse. La escritura es propiamente una extensión del lenguaje que aproxima al hombre a una expresión precisa de sus posturas ideológicas, presenta la realidad a través de la historia y las percepciones que los testigos tuvieron en el momento.
Siendo así, la producción literaria hecha por mujeres ha permeado en las estructuras de una sociedad surgida por y para los hombres. Escritoras como Rosario Castellanos, Enriqueta Ochoa y Dolores Castro, se caracterizaron por el manejo de un yo poético.
En el caso de Castellano, su relevancia se debió a su feminismo de la nueva ola que se manifestó en centros urbanos de Estados Unidos desde finales de los años sesenta. Sus narrativas tratan de las condiciones sociales de las mujeres, susceptibles de transformarse.
“Mi mente femenina se siente por completo fuera de su centro cuando trato de hacerla funcionar de acuerdo con ciertas normas inventadas, practicas por hombres y dedicadas a mentes masculinas”, dijo en algún momento Castellanos.
En 1968, Castellanos ya consagrada como una escritora reconocida, tituló una colaboración en la prensa con una interrogante llamativa y de opiniones contrarias, “¿La mujer, ser inferior?” Para responder, recurrió a la también escritora y filósofa francesa Simone de Beauvoir, quien apuntó que ser hombre o mujer era sólo una configuración social, un hecho de jerarquías sin sentido.
Para la periodista mexicana Elena Poniatowska, Castellanos protestó del único modo que supo: escribiendo. Abordó cuestiones centrales vigentes, entre los feminismos que discuten sobre si hay que luchar por la equidad. Además, abordó la cuestión de la no distinción entre lo que significa la palabra mujer
“Pero todas están ligadas entre sí, por lo pronto, de las siguientes maneras: todas están sujetas a los derechos y obligaciones de una misma legislación; todas han heredado el mismo acervo de tradiciones, de costumbres, de normas de conducta, de ideales, de tabúes; todas están dotadas del mismo grado de libertad como para reclamar sus derechos si se les merman; como para cumplir o no con las obligaciones que se les impones; como para optar entre la repetición de los usos ancestrales o la ruptura con ellos; como para aceptar o rechazar los arquetipos de vida que la sociedad les presenta; como para ampliar o reducir los horizontes de sus expectativas; como para no aceptar las prohibiciones o como para acatarlas”, sostuvo la autora Andrea Reyes.
Por lo anterior, la escritura ha sido depositaria y la garante del conocimiento. Aunque algunos textos señalan que la cultura escrita ha determinado el ejercicio crítico de realizarse únicamente sobre dos elementos de la comunicación: emisor y texto.
En realidad, incluyen al receptor, lector, destinatario, decodificador y audiencia, es decir, la literatura como parte fundamental de la expresión y eternidad del individuo, debe deconstruir su identidad para seguir su progresión de significado y significante.
Según la docente Asunción Bernárdez de la Universidad Complutense de Madrid, la deconstrucción puso de relieve que en una obra hay demasiados factores imposibles de reducir: el contexto, las propias interpretaciones. Cómo limitar u omitir la simple figura del hombre por encima del sexo femenino.
Cabe señalar que, el concepto de deconstrucción se emplea tanto en la filosofía como la teoría literaria, con referencias a evidenciar las ambigüedades, fallas, debilidades y las contradicciones de un discurso. Puntualmente, se encarga de revisar los conceptos con la intención de descubrir el proceso histórico y cultural que subyace a ellos.
Entonces, ¿qué sería de la mujer sin esa apuesta realizada por las mismas féminas? Un claro ejemplo es el texto Historia verdadera de una princesa, de la integrante del grupo de escritores conocido como Generación del Medio Siglo. Inés Arredondo. Donde narra la historia de la conocida Malinche, desde su niñez hasta su encuentro (entrega) con Hernán Cortés.
El desarrollo que tuvo al estar en una cultura distinta, terminó en considerarse una traición con los suyos, para apoyar a los españoles. Sin embargo, las condiciones la llevaron a ayudar ante la amenaza que representaba. Como bien apuntan las investigaciones, únicamente paso de ser heredera a esclava y luego traductora.
A lo largo de la historia, pareciera que la imagen de la mujer es criticada con base en dos polos opuestos. El primero, el de una mujer santa y “pura” como la virgen María y la segunda, la mujer rebelde que se atreve a hablar de su valor y lo que a ella le pertenece. Bajo esta proyección, nuevamente son las escritoras que han causado una rebelión por externar su visión, por opinar y oponerse a lo que se conoce como mansplaining
En la literatura, las mujeres han encontrado el camino para alzar la voz, no sólo dejando un legado paras las futuras generaciones, sino para plantarse como líderes de opinión en un mundo creado por los varones.