Uno de los glaciares mexicanos que se despidió hace poco por el cambio climático fue el de Ayoloco, ubicado en la cumbre del volcán Iztaccíhuatl, cuya ausencia impacta en la disponibilidad de agua y regulación del clima.
Las consecuencias del cambio climático podrían ser devastadoras si no reducimos drásticamente la dependencia de los combustibles fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero. De acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la temperatura mundial ha aumentado 1.2°C desde la época preindustrial, por allá del siglo XIX, siendo la década de 2011 a 2020 la más cálida jamás registrada. Además, en mayo de 2021, la concentración media mensual de CO2, medida por la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) de Estados Unidos en su observatorio de Mauna Loa, en Hawai, volvió a alcanzar un máximo histórico acumulado de 417 partes por millón (ppm), una cantidad que no se registraba desde hace tres millones de años.
“En los peores escenarios probables que los expertos reflejan, el aumento de temperatura podía llegar a 4.8 ºC para final del siglo. El cambio climático es un problema global que alcanza una perspectiva ambiental, política, económica y social en la que las peores previsiones también implican enormes pérdidas económicas. Cuanto más tardamos en actuar, mucho más elevadas serán las inversiones para la adaptación al aumento de la temperatura”, refiere un artículo de Greenpeace.
Para evidenciar este mal, entre 1998 y 2020, los fenómenos climáticos y geofísicos cobraron 312 mil vidas y afectaron directamente a más de 277 millones de personas. Entre los principales efectos destaca el impacto en la biodiversidad, donde los ecosistemas como los humedales están en riesgo de desaparecer por completo y especies como el oso pardo o el alcornoque están en peligro de extinguirse. Además, las aves están cambiando sus patrones migratorios, quedándose en latitudes más cálidas.
En cuanto a los mares, se observa una disminución de especies de algas, como las rojas en el Cantábrico. Como segundo factor están los incendios, que provocan fenómenos más intensos y una deforestación mayor por la disminución de la capacidad de recuperación de los bosques mediterráneos. Cada vez superan con mayor frecuencia las 500 hectáreas y son más virulentos y difíciles de combatir.
¿CUÁNTOS GLACIARES QUEDAN EN MÉXICO?
Otro problema sos los deshielos, donde en México sólo quedan cinco glaciares, repartidos en dos montañas: el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba. En total, ocupan menos de un kilómetro cuadrado de hielo. Bajo esa premisa los expertos aseguran que en 2050 no quedará ninguno. De acuerdo con expertos, en la monta con forma de mujer dormida se contaron 11 glaciares en el monitoreo de 1958, de los cuales sólo restan tres: el del Pecho, el de la Panza y el Suroriental. Entre todos, apenas llegan a los 0.2 kilómetros cuadrados. A mediados del siglo XIX llegaron a ocupar 6.23 kilómetros en 1850, último periodo de esplendor que dejó la llamada pequeña edad de hielo. En 120 años, esta montaña ha perdido el 95 por ciento de su masa glaciar.
Uno de los glaciares mexicanos que se despidió hace poco fue el de Ayoloco, ubicado en la cumbre del volcán Iztaccíhuatl, cuya ausencia impacta en la disponibilidad de agua y regulación del clima. Hugo Delgado Granados, investigador del Instituto de Geofísica (IGf) y Anel Pérez Martínez, directora de Literatura y Fomento a la Lectura de la Coordinación de Difusión Cultural. acompañados de vulcanólogos y montañistas de la UNAM, escalaron el coloso para instalar la placa firmada por esta casa de estudio, a 200 metros del refugio Otis McAllister, a 4 mil 626 metros sobre el nivel del mar, cuyo mensaje contundente dice:
“A las generaciones futuras: Aquí existió el glaciar Ayoloco y retrocedió hasta desaparecer en 2018. En las próximas décadas los glaciares mexicanos desaparecerán irremediablemente. Esta placa es para dejar constancia de que sabíamos lo que estaba sucediendo y lo que era necesario hacer. Sólo ustedes sabrán si lo hicimos”.
