¿Qué sería la vida sin concebir la muerte? Así lo describe José Saramago

Es grato la manera en que retoma Saramago en “Las intermitencias de la muerte” el poder de la vida por la muerte, al precisar que el hombre no la conocía a ella, pero esta sí.

La principal incógnita que nos lleva a plantearnos el texto Las intermitencias de la muerte de José Saramago, gira en torno a qué sería la vida sin concebir la muerte. Y es que por más bella y sencilla, es necesaria la muerte para no dar paso a una insaciable perfección y deseo de conocer más allá de la edad promedio de defunción. Si bien, el saber que algún día partiremos y al no saber el día, la hora y circunstancia, nos provoca una constante presión de liberación por poder lograr todo aquello que queramos, el gusto puede ir cesando al creer distinguir todo,

Con ironía y un lenguaje coloquial el escritor portugués refiere un mundo con ausencia de muerte, iniciando la controversia en la medianoche del 1 de enero. Imaginemos ese ambiente de Saramago, donde se pone en duda la idiosincrasia de las religiones, sin el óbito, entonces no habría una posibilidad de bien y mal; cielo e infierno. Necesidad de una vida “fuera del pecado”.

Seguramente las creencias podrían quedar nulas o tal vez accionadas bajo la calidad de vida. Sin embargo, el escenario del valeroso o del pusilánime siempre se resume al discurso vehemente de “¿existirá algo más allá de la muerte?”, la existencia de la eternidad. Ya lo había dicho Benjamin Franklin, “el hombre débil teme a la muerte; el desgraciado la llama; el valiente la provoca y el hombre sensato la espera”.

La alegría como en todo, dura poco. La gente no puede morir y los más preocupados son los trabajadores de la salud, porque el morir también contribuye a nivel nacional e internacional, personal o colectivamente. Supongamos una vida infinita llena de convalecientes, pero sin alcanzar la recuperación, ¿realmente habría viveza?

Vivir es morir y la última un gran negocio, tal como lo retoma la novela, “no todo es fiesta, porque, al lado de unos cuantos que ríen, siempre habrá otros que lloren y a veces, como en el presente caso, por las mimas razones…Como era de esperar, las primeras y formales reclamaciones llegaron de las empresas del negocio funerario”. 

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Algo relevante es que tratan de reemplazar las ganancias de sepultar un humano por un animal, por más que haya un gran vínculo afectivo hacia otro ser vivo; las grandes utilidades del féretro, coronas de flores y toda la parafernalia que acompañan al ser humano, difícilmente son suplantadas.

A pesar de que la gente comienza a acostumbrarse a esa nueva realidad, las creencias retoman su importancia cuando la muerte regresa, pero con mensajes anticipando su final. Si existir por siempre no era suficiente, ahora el reto es sobrellevar los días, contando cada uno hasta finalmente esperar lo concebido. Otro escenario improbable presenta Saramago, ¿qué pasaría si conociéramos el día de nuestra muerte?

Existen tantas respuestas, si se despertaría un gran caos, resignación o agradecimiento por la misericordia de poder despedirse. Considero que pese a una enfermedad como puede ser cualquier tipo de cáncer en fase terminal, el día de partir no está previsto, salvo una eutanasia, pero ni así. 

Fielmente la decisión de nuestro momento de fallecer no es algo que nos corresponde, porque justo nos exalta a un control totalitario y tal vez falto de normas y con apertura al pánico, es decir, la probabilidad de vivir de manera descuidada y egoísta se replicará en un gran número de individuos.

Además, donde quedaría la vanidad de ser recodados por nuestros logros y victorias, el legado que las generaciones revelarían al paso de los años. El cambio es necesario y los recuerdos también. Si hasta las modas son rotatorias, como señala Saramago, van y vienen, vuelven y van.

Ahora bien, este posible amor/obsesión de la muerte a la vida misma, se ha retomado en diferentes cintas y sustentado en personajes célebres, el filósofo Arthur Schopenhauer dijo “el que no ama ya está muerto”, mientras que Gabriel García Márquez detalló “lo que importa en la vida no es lo que te ocurre, sino qué recuerdas y cómo lo recuerdas”.

Es grato la manera en que retoma Saramago el poder de la vida por la muerte, al precisar que el hombre no la conocía a ella, pero esta sí. Al irrumpir con este acto poético de que habían pasado una noche en la habitación y ella lo había oído tocar, creando lazos; supone la necesidad en la realidad de también vivir cómo nos gustaría ser recordados, al igual, la presunción de mejor estar vivos. La materialización de los sentimientos.

¿Si la muerte experimentara sensaciones de vitalidad nos arrebataría? A lo largo de la novela va evolucionando la muerte, personaje que sufre un proceso de deshumanización, al abrirse a las artes -en este caso la música-, el amor y a necesidad de dormir.

No obstante, al convertir su modo de operar en su realidad, ¿surgiría la ironía de morir de la muerte? Volviendo a la parte central del texto, la paradoja de continuar en otro lado y momento. 

Para Saramago, creo, mientras avance la vida como una historia de amor, en realidad nadie muerte, pues así concluye esta lección “sin comprender lo que le estaba sucediendo, ella que nunca dormía, sintió que le sueño le bajaba suavemente los párpados. Al día siguiente no murió nadie”.

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