La cinematografía nacional tomó un nuevo y gran impulso como resultado de la Segunda Guerra Mundial y de la entrada de Estados Unidos en 1941 al conflicto: la Época de Oro del cine mexicano.
En 1940, año en que inició el mandato de Manuel Ávila Camacho o “presidente caballero”, México tenía 19 millones 600 mil habitantes, distribuidos principalmente en el campo y las ciudades del interior. Solo pasarían dos años, para que la cinematografía nacional tomara un nuevo y gran impulso como resultado de la Segunda Guerra Mundial y de la entrada de Estados Unidos en 1941 al conflicto, tras el bombardeo a la Bahía de las Perlas: la Época de Oro del cine mexicano.
El país que engrandecía lo nacional apostando con sus mejores arquetipos: el charro mexicano, el pobre lleno de bondad, la mujer virginal y un gendarme desconocido, alcanzaría su plena expansión del cine mexicano en 1942, explorando géneros como la comedia, el musical y todo lo derivado del romance. Tenía grandes iconos como María Félix, Jorge Negrete, Arturo de Córdova, Pedro Armendáriz, Dolores del Río, Mario Moreno “Cantinflas”, Sara García, en fin…una larga lista de celebridades que pasarían a integrar y consolidar la afamada Época de Oro del Cine Nacional.
Si bien, el ex presidenta Lázaro Cárdenas había desarrollado distintas estrategias para impulsar el cine mexicano, ya que en 1938 era la industria más grande después de la petrolera, la comedia ranchera ubicó a México como el mayor exportador de películas entre los países latinoamericanos. El cine siguió esa ruta con apoyo estatal y con la llegada del presidente caballero, se vió inmerso en un sinfín de entregas exitosas.
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Aunque se señalara que el cine mexicano imitó al Star System que predominaba en Hollywood, el cine de oro dejó cintas que fueron aclamadas internacionalmente. La cita El peñón de las ánimas, dirigida por Miguel Zacarías y con un exquisito reparto: Jorge Negrete, María Félix, René Cardona, Carlos López Moctezuma, entre otros, ya apuntaba hacia los roles de la joven enamorada, en ocasiones manzana de la discordia y la única en evitar el derramamiento de sangre.
Debido a la gran belleza de “María Bonita” o “La Doña” y a su testarudez, María Félix representó a las máximas figuras del cine hispanoamericano, actuando en grandes proyectos en su mayoría por el director Emilio “El Indio” Fernández. Fue la actriz detrás de la canción Malagueña Salerosa, que enamoró a cientos de mexicanos y europeos con sus grandes ojos almendrados y una mirada profunda, en la película Enamorada de 1946.
Era el gran Cine de Oro, cuando se tenía conquistado el mercado interno y del mismo modo, se dominaba el de Centro y Sudamérica. Era manifiesto el estilo narrativo y la construcción de estereotipos, pero también prevalecían en el imaginario colectivo los nombres de las actrices y actores que inspiraron a muchos nacionales e internacionales, por su actitud bravía, arrogancia y con una voz inigualable como Jorge Negrete, quien después se casaría con La Doña.
Era antes, cuando la industria no se hallaba tan contaminada por la búsqueda de la máxima ganancia a través de la mínima inversión, diría el escritor José Agustín. Ahora, la búsqueda latente es el dinero, con cintas -en su mayoría- que apuestan por un gran número de boletos vendidos, pese a la pobre fotografía, actuación, música y sobre todo, historia.
Eran tan significativas las obras, como los lugares donde proyectaban las cintas. El cine Alameda y Variedades localizados en la Avenida Juárez, iluminaron a tantos con sus enormes titulares, la serie de luces, los carteles…no se sabía si México visitaba Nueva York o esa ciudad estadunidense al país.
Todos los que conocieron el cine Alameda dejaron un referente porque había algo formidable adentro, a voz del periodista Héctor de Mauleón, al entrar encontrabas en el escenario de la sala la plaza de Taxco: edificios barrocos, templos coloniales a los lados y cuando se apagaba la luz, veías el cielo bajo la luz de unas estrellas.
Otro cine, fue el del Palacio Chino, contaba con una sola sala para una capacidad de 4 mil personas, un edificio histórico que contribuyó a la consolidación de la imagen moderna. No fue solamente la época del cine de oro, se dio paralelamente el boom de la construcción de cines elegantes y palaciegos en el centro de la Ciudad de México, se complementaban perfectamente las obras fílmicas con la arquitectura, convirtiendo ir al cine en una experiencia excepcional.
Los cines también eran iconos latentes en México. Uno de los cines más distinguibles era el Cine Ópera, el cual comenzaría su gran fama con la venta en taquilla para la película Una familia de tantas, dirigida por Alejandro Galindo y protagonizada por Fernando Soler, David Silva y Martha Roth.
El cine de arquitectura Art Nouveau, que alguna vez impresionó por sus dos impresionantes esculturas en la fachada, también se fue deteriorando al decaer el nivel de calidad en las producciones nacionales.
Tanto fue el apogeo del cine de oro, que hasta la manera de hablar de los comediantes mexicanos llegó a los diccionarios. Cantinflas fue otro actor que se encontraba en la cúspide por los años 40, El gendarme desconocido lo volvió mundialmente reconocido. Su simpatía, ingenio, los pantalones a medio caer, la playera larga y algo sucia, el trapo que pareciera haber sido alguna vez una gabardina, el caminado, los bigotes a los extremos, su sombrero y sobre todo, su peculiaridad “cantinfleo” lo constituyeron como el Charles Chaplin mexicano.
En los años 40 los hombres de las urbes vestían sacos anchos con grandes hombreras y solapas, también sombreros y pantalones anchos. En tanto, las mujeres usaban vestidos largos, pero no tanto para lucir las medias y los tacones, la cintura bien definida y los peinados con rulos eran distinción de esa época. Las damas y caballeros así lucían en las largas filas de los cines para ver a Blanca Estela Pavón junto a Pedro Infante y Evita Muñoz “Chachita” en la película Nosotros los pobres.
