Detrás de un cuadro de un ángel y una Madonna se encuentra la nueva pieza de arte más preciada por la humanidad: Sam, un hombre joven que vendió su espalda a un artista para poder gozar de una supuesta libertad de tránsito entre fronteras, que a su vez es subastado como una pieza de arte en el viejo continente. La cámara, después de seguir a la pintura que se llevan a presentar, regresa a observar al hombre que ha perdido toda dignidad, en su rostro se dibuja la resignación. Está imagen confronta al público que se convierte en testigo y a la vez en pujador en la búsqueda por obtener a cualquier precio la espalda de ese hombre. Al presentarlo en la exhibición mencionan que es el lote 69, número que hace referencia a la dualidad, el Ying y el Yang, para otros una de las posiciones más placenteras en la intimidad, haciendo una analogía al llenar el vacío existencial con placeres mundanos, en este caso la compra de un objeto sobrevaluado. Es esta escena la que consolida toda confrontación ética y moral de la película “El Hombre que vendió su piel” (2020), de la directora tunecina Kaouther Ben Hania. Es este un punto climático que logra con montajes armónicos, juegos de contraluz, una toma abierta que exhibe el salón de un palacio repleto por esa elite económica que sólo busca satisfacer su naturaleza competitiva, contra otra toma media, de Sam, interpretado por Yaya Mahayni, quién observa al que dirige la subasta generando un efecto Kulechov y después se muestra un Close up de él en contra picada, dónde su rostro es enmarcado en un circulo del techo que provoca la sensación de su cuerpo desmembrado y en contrapunto vemos a un grupo de personas en el teléfono que son los emisarios de otros pujadores a distancia los cuales reflejan la frialdad del acto. Los tonos cálidos de la luz contrastan con las posturas flemáticas de los presentes, sumado a los emplazamientos bien entretejidos que promueven rechazo e incomodidad.
Al inicio de la obra, la realizadora Ben Hania nos da la oportunidad de explorar Siria y su intolerancia social, uno de los países más oprimidos por los intereses internacionales en el siglo XXI, este encuentro constituye una discusión acerca de la libertad. Durante el exilio en Líbano, nuestro protagonista trabaja en una granja de pollos, es una analogía de nuestra propia condición humana, ya que con un montaje intelectual paralelo, Sam es escogido para convertirse en una obra de arte y en la toma contigua él se ve seleccionando y marcando pollos. Es ante esta elección que el personaje perderá su integridad humana convirtiéndose en una mercancía, brindándole la libertad de viajar como un objeto sin restricciones.
Dentro de su búsqueda por comprender la necesidad del arte, la película nos retrata la figura del artista posmoderno Jeffrey Godefroi interpretado por Koen De Bouw, representando una especie de Rey Midas del arte. Este personaje se muestra en la obra como el Mefistófeles y al mismo tiempo como el salvador, logrando así evaluar ambos lados de una misma moneda, y así promover en la película una discusión seria sobre el arte posmoderno. Soraya Waldo interpretada por Mónica Bellucci, es la representación del negocio que mueve al arte en nuestros tiempos y con ella se evoca la indiferencia social, quien hace presente la diferencia entre ciertos sectores dentro de nuestras agrupaciones humanas, en este caso los refugiados que son catalogados como personas de segunda. Son estos juicios los que retrata de manera frontal e incisiva nuestra autora y nos permiten reflexionar acerca de otra obra dirigida por Elia Kazan “Un acuerdo entre caballeros” (1947), película que ilustra el rechazo social hacia ciertos grupos humanos. Dentro de la premisa nos presenta a Philip Schulyer Green, interpretado por Gregory Peck (1916-2003), un viudo que se muda a Nueva York con su hijo, buscando nuevas oportunidades como escritor. Es en este campo de oportunidades donde nuestro protagonista tendrá que escribir una serie para mencionar el antisemitismo que existe en la sociedad norteamericana poco después de la segunda guerra mundial. Una vez más vemos en el diálogo narrativo ese rechazo social que existe hacia el migrante que huye de la opresión vivida en su nación.
La obra de Elia Kazan como la de Kaouther Ben Hannia guardan otras similitudes, como es en el caso de su ritmo, en ambas se trabaja con escenas largas que consolidan los argumentos presentados por la historia y que se promueven con una dosis de pocas tomas para el buen funcionamiento escénico. La buena decisión de emplazamientos sumado por el trabajo actoral, logra un resultado espléndido en ambas propuestas y nos permite distinguir cada situación al darle el tiempo adecuado. Esto lo podemos corroborar analizando la escena al minuto veintinueve de la película tunecina, dónde Jeffrey Godefroi confronta a una cámara que lo graba, esto desarrolla la metaficción, en el diálogo, él explica que el Arte está más vivo que nunca, mientras que en el fondo emplayan a Sam. Con esta construcción escénica, una mezcla de cinco emplazamientos en dos minutos y un diálogo que se contrapone a la acción, hace que se solidifique el argumento cinematográfico de la directora. En el caso de Elia Kazan, al minuto setenta y uno de la película veremos en un trabajo escénico en tres emplazamientos con una duración de dos minutos a un joven que ataca a Dave interpretado por John Garfield por su condición étnica, y que al implementarle un buen ritmo con respecto a la acción y los diálogos logra incomodar de manera eficiente al espectador. En ambos ejemplos, entendemos, que con pocas tomas se puede dialogar de forma más eficiente con el auditorio brindándole una experiencia concreta e impactante.
El cine nos invita a reflexionar acerca de nuestro comportamiento social y este puede buscar diferentes estrategias para alcanzar esa meta. La directora Kaouther Ben Hannia nos cuestiona a cada instante nuestra relación con el arte y los límites que llegamos a sobrepasar para poder motivar al mundo a un cambio de pensamiento, mientras que Elia Kazan en la caverna de ilusiones, su personaje despierta para brindar una consciencia social y alimentar el cuestionamiento hacia el público sobre sus acciones.
¿Es el hombre una obra de su consciencia o es el hombre quien desarrolla una consciencia?
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Italo Mario Ruas Arias, born 19th December of 1981, in Mexico City. His parents are Peruvian, his mother lawyer and his father electronic engineer, who emigrated to Mexico in 1981. He studied Cinematography at the UDC and belongs to the Mexican Association of independent Filmakers, AMCI. He has been dedicated to the realization of several visual projects since 2004, like Cinematography, Social Video Marketing, Video Marketing and advertisement. He has participated as production assistant in the film “Labios Rojos” by Director Rafa Lara. He was the producer of several short films, “EL Juego de Rol” by Kieven Herrasti, “El Payaso” by Mariana González, “Lindé” by Mariana González, among others. Since 2008 he has been teaching Movie Appreciation in Mexico City. His latest project is “Papalotl Energy in Motion“, his first short film as a Director. At the moment he is in the production of his next documentary, a work on the evolution of an Institute dedicated to the Human Sciences in Mexico.